Se miraba al espejo, y ya pasaba su mano por la mejilla de arriba a abajo. Se notaba más anciana. Las arrugas empezaban a ser alarmantes, las ojeras sobresalían de su cara, sus labios agrietados pronunciaban en silencio un "mierda" y unos ojos bañados en agua se reflejaban en el cristal. En su pelo ya se percibían algunas canas entrelazadas entre sus cabellos rubios, y parecía a estos años una madre llena de estrés. Ya no se ponía perfume, ni pintalabios, ni se perfilaba el ojo, ni se peinaba. Los años le habían comido la piel, el tiempo la había destrozado pasando tan veloz al lado de ella, como el pasar de un tren frente a tí, que ya no le quedaba nada a parte de hueso y nervio. Se mordía las uñas, su ropa olía a ginebra, y es que le quedaba tan poco tiempo por vivir, tantas cosas que contar, que decidió ponerse a soñar. Se tumbó esperanzada por alguna respuesta en la cama, cerró los ojos, se despidió de sus flores -que ellas seguían igual de espléndidas que el primer día-, posó la mano en su pecho, y, con una sonrisa dibujada en su rostro, dejó de existir. Sus ganas por ganar una vida se esfumaron en un sueño lejano tras un túnel. No tenía nada más que hacer, pues estaba totalmente derretida sobre el reloj y el calendario. Y es el tiempo lo único que nos queda.
Tres días antes.
- ¡Abuela! ¿cuánto tiempo vas a vivir?
- El que tu me digas cariño mío.
- Yo quiero que vivas siempre.
- ¡No se puede vivir para siempre! Ni siquiera tú vivirás siempre, algún día tenemos que morir
- .... Vale! Pues entonces quiero que te quedes conmigo hasta que me muera.
- Haré lo que me pidas cielo.
- Entonces...¿me lo prometes?
- Te lo prometo.
1 comentario:
Gracias (:
Los tuyos son geniales, vaya. Un beso.
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