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19 de noviembre de 2009

No te enamores de ningún ser superior; y menos si eres ángel.

Creíase antiguo el cuento del ángel y la Diosa del agua. Se narraba en los pequeños pueblos cerca de un río en la plaza del reloj por un cuentacuentos o un juglar del pueblo de al lado. La historia contaba el imposible romance entre un Ángel y Anfitrida, la Diosa del agua.



Antigüamente se consideraba el amor entre Ángel y Dios como pecado mandando a ambos al infierno, y el caso no se dió ninguna vez. Se recuerda que un joven ángel, llamado así como algún derivado de Dios Romano, decidió observar más de cerca el planeta de los mortales, así que con sus lúcidas alas atravesó las nubes y voló en picado hasta la Tierra. Surco colinas y bosques, mares y acantilados; y decidió descansar en un río. Lavándose la cara, percibió unos ojos marinos que le sujetaban la mirada. ¿Quién eres? Un rostro salió a la superficie, sin dejar de mirarle. Me llamo Anfitrita. Vivo aquí. Soy la Diosa del agua. Todopoderosa dueña de los océanos, de las orillas y de los ríos. Ángel, ¿te has perdido? No, simplemente tenía que visitar esto. Necesitaba ver cómo vivían los mortales. Anfitrita le echó una sonrisa, y se lo llevó con los ojos más cerca del agua. Viven bien, mantenemos la paz aquí. Los titanes, encerrados, no molestan. Los únicos que provocan los males son los mortales mismos. El ángel llevaba tanto tiempo mirando sus ojos que acabó encerrado en ellos, y se enamoró de la ninfa acuática, dejándose llevar por su belleza.
Después de una larga conversación, el ángel debía partir. Lo siento, Anfitrita, tengo que dejar la tierra para volver al cielo. Te prometo que iré a visitarte cada día para que no te sientas sola, amiga mía. La Diosa aceptó su promesa y decidió esperarle hasta el día siguiente.
A primeras horas de la mañana, la mujer del agua se despertó por unos aleteos que vacilaban al lado suya. Era aquel ángel, que había cumplido su promesa. Estuvieron hablando hasta el atardecer cuando el ángel tenía que volver, y marchaba cielo arriba, sin mirar atrás. Y así pasaban los días. El siempre iba a visitarla, y acabaron enamorándose.
Una mañana, antes de irse, llegó el trono soberano de los Cielos. He recibido un mensaje de Zeus. Me dice que andáis en un romance con la Diosa Anfitrita. Es cierto, respondió, imaginando sus bellos ojos y su esbelta figura moviéndose debajo del mar. El trono gesticuló una mueca de sorpresa, y le comunicó. ¡Ángel! Es una Diosa. No puedes querer a una Diosa. Los Cielos no lo permiten, y acabarás expulsado al infierno. El ángel, sorprendido por aquella ley, asintió y retomó su viaje.
Fue a verla un vez más para comunicarle esa noticia y no pudo. Le abrumaron tanto sus ojos, su boca, su aspecto celestial, que calló. Y se vieron otro día más.
Esa misma noche, al volver a las nubes, el ángel se encontró al trono esperándole. Has vuelto, ángel. Escuchadme Trono, la amo. Amo a Anfitrita, y mientras no muera, la estaré amando. En el infierno, incluso la seguiré amando, por que no tengo otra cosa en al que pensar. Por mi condición no puedo amarla, por ser un ángel y ella una Diosa, por haber nacido del cielo y ella de las tierras. Por eso mismo voy a seguir con ella. Tarde o temprano, moriré, pues soy el más mortal de los dos.
El trono hizo su trabajo, y Anfitrita se quedó esperando la visita de aquel ángel por toda la eternidad.

Y así fue. Quemárase en el infierno siendo un ángel.




nota: Trono: soberano de los ángeles en cuanto a Justicia.

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No pretendo en absoluto ser la más famosa de todo Blogger, no. Lo que intento es tener un rinconcito en la web para que amantes de la literatura y adictos al placer de escribir se tomen unos minutos para leer algún que otro relato, algún que otro párrafo y para opinar sobre mis minutos de tecleo nocturnos. La verdad, prefiero que os sinceréis conmigo criticando mis poligrafías de manera constructiva; -pues siempre se aprende más de lo que te han enseñado, reprochado y corregido-, que digáis 'está muy bien.' Por una vez, quiero que me juzguen por lo que escribo.