
Y mi cuerpo junto a él ya se estaba fundiendo, notándonos más abajo incluso del subsuelo, hundidos por nuestro calor corporal y el sofá ya se nos quedaba pequeño. Y es que, ahí sobraban las palabras (más bien no se necesitaban, pues nunca viene mal susurrar al oído un te quiero, o un ojalá esto fuera para siempre, pero aún así, era un momento perfecto.). Y ya notaba su frente transpirando por culpa de ese maldito calor veraniego de la capital y no perdí un segundo sin mirarle. Desde fuera, suena ridículo, desesperado, pero en cuanto te metes en la piel, te es inevitable cuando sabes que es el primero, y el último.
3 comentarios:
En momentos como ese las palabras siempre sobran.
miau
de
leche
¿Y si no fuera el último?
Me gusta como escribes *-*
te sigo ;)
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