
Seguía subiendo la cuesta de la montaña y nos acompañaba un sonido de engranajes un tanto tétrico. Estaba totalmente histérica por la situación y me agarraba a la mano de Álvaro. Sentía ya el vértigo, el agobio y el malestar que se siente al montar en una de éstas; y no me gustaba nada. Incomodidad extasiada, dósis de impaciencia y de temblores me recorrían por todo el cuerpo. Hormigueos constantes recorrían desde las plantas de los pies hasta el cuero cabelludo, como una enfermedad. Faltaba poco, y ya la fiebre me subía a la cabeza, y la incertidumbre de saber que había después de esas vías cuesta arriba, de saber de qué calibre era esa caída que seguía justo después, aumentaba mi tensión. El tren se para, y yo ya no sabía ni dónde estaba.
1 comentario:
Las montañas rusas me ponen mala, yo no sé ni dónde estoy desde el principio.
Un beso :)
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