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5 de junio de 2009

Su acento casi desagradable.

Era la primera vez que tocaba Londres.
Mis padres, por propia voluntad, me enviaron como cualquier chica joven a Londres a aprender Inglés a una familia de Ingleses, con tradiciones inglesas, en una casa inglesa, hablando Inglés. No sabía que decir al respecto, no se me ocurría peor plan para desperdiciar el verano, así que acepté un poco contrariada.
El viaje en avión fue bastante pesado. Veía mujeres mayores con gafas extravagantes llevando maletines con gatos dentro y bebés llorando. De vez en cuando miraba por la ventana y escuchaba música Inglesa para acostumbrarme a sus extraños gustos y a su acento casi desagradable. Las azafatas andaban muy cuidadas y siempre respondían con una sonrisa consagrada, un acento británico suave y una pronunciación casi celestial. Se movían con una elegancia vestida de azul marino y un moño bien atado, preocupadas por el bienestar de todos los pasajeros.
Las dos horas de viaje me calmaron un poco y salí tranquila del avión, rumbo hacia mi nueva vida durante un mes. Llegué con mis maletas a la zona donde supuestamente me tenían que recibir con un café en la mano. Analicé el lugar unos minutos hasta ver un pequeño folio de papel plastificado donde ponía mi nombre escrito con Times New Roman en letras capitales. Parecían entusiasmados de mi llegada a mi no-querido destino. Tenían la piel quemada por el Sol, ambos tenían el pelo rubio casi blanco y unos kilos de más. Sus dentaduras estaban poco cuidadas y hacían sonidos extraños queriendo decir 'come here!' o 'hello!'. Les saludé amablemente y me invitaron a su coche. Entré, y fuimos camino de su casa.
Durante el camino parecía que colores como el azul, rojo o amarillo habían desaparecido de mi vista. Solamente se veían Verdes y Grises; verdes por los árboles, el césped y las plantas, gris por el asfalto y el cielo. A pesar de ser precioso, seguía de mal humor. Por las ventanas se veían gotas pegadas al cristal desplazándose fatigosamente contra el viento.
Después de tres cuartos de hora mirando paisaje y echando de menos Madrid, llegamos a su cottage. Como era de esperar, era la típica casa inglesa con su jardín y su habitaciones forradas de moqueta. Me enseñaron toda la casa, mi cuarto y las reglas de la casa. Me decían que en Inglaterra jamás se saluda dando dos besos como se suele hacer en España, que eso era signo de complicidad, y que los platos eran siempre combinados, no como en mi casa o en los Restaurantes en Madrid, que se piden primeros, segundos y postres. Tenían un gato gris al que llamaron Benne en honor al Big Ben.
Eran las seis, es decir, la hora de cenar. Me sumaron que ellos cenaban delante de la televisión y si prefería comer en la mesa sola. Les dije que sí, que prefería comer en una mesa. Me certificaron mi decisión con una sonrisa.
La comida estaba buena, incluso superior a mis expectativas, pero nunca remplazará una buena tortilla de patata.
Llegué a mi nueva habitación, deshice mis maletas y cogí mi libro. Me familiaricé con mi nueva cama y me dispuse a leer. Mis anfitriones británicos abrieron la puerta y me explicaron que cada día tenía un curso de inglés de 3 horas más actividades de la residencia; eso quería decir que no iba a estar un mes en esta diminuta e incómoda casa.
Después de unas cuantas páginas de mi libro, apagué la luz, me metí en las mantas de mi cama y pensé que iba a ser de mí en estos treinta días.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha agrado la historia, desearía seguir leyendo, pero no hay mas ....uuuuuuuuuuuu, una pena, pero me ha encantado, cuídate^^

Siôrs dijo...

Me encantan los días grises. Una pena que la historia quede sin terminar xD

Pàola Morillo Saaghy dijo...

Y a Paulette le ha gustado tu Blog.

Bonito.
Un beso de amapola,
;)

J. dijo...

Nada supera la tortilla de patata :) escribes genial.

Flowers are growing all over my bones.

No pretendo en absoluto ser la más famosa de todo Blogger, no. Lo que intento es tener un rinconcito en la web para que amantes de la literatura y adictos al placer de escribir se tomen unos minutos para leer algún que otro relato, algún que otro párrafo y para opinar sobre mis minutos de tecleo nocturnos. La verdad, prefiero que os sinceréis conmigo criticando mis poligrafías de manera constructiva; -pues siempre se aprende más de lo que te han enseñado, reprochado y corregido-, que digáis 'está muy bien.' Por una vez, quiero que me juzguen por lo que escribo.